El sistema urbano es dependiente de otros como el rural y el natural. En 1965, Abel Wollman, define “metabolismo urbano” como una forma de cuantificar los flujos de energía. La ciudad depende de importación de recursos y exportación de residuos, lo que lo convierte en una ecuación perversa.
Recursos alimenticios, agua, energía hace a las ciudades dependientes de zonas rurales, naturales y otros sistemas generando dos problemas: Alto consumo de recursos y producción masiva de residuos.
Además, la falta de control de los procesos de planificación urbana, que considera el suelo como un bien económico y define al sector como el poder económico, dejando fuera los intereses de los ciudadanos y a las más mínimas reglas de equidad que nos afectan a todos, hacen a ciudades espacios descompensados, con más superficie urbanizada de la necesaria y con productos inmobiliarios inaccesibles a la mayoría de los ciudadanos, siendo el proceso absolutamente inútil al efecto del cumplimiento de un derecho fundamental. Además, este exceso de superficie urbanizada incrementa los costes en gastos de mantenimiento y servicios que pagamos todos, aunque el beneficio ya se lo ha llevado uno.
La cuestión plantea lo absurdo del proceso en el que la ciudad debilita lo que los sustenta: Recursos de zonas rurales y naturales, éstas se despueblan y empobrecen la calidad del medio. Posiblemente estemos hablando siempre de lo mismo: Nuestra forma de vida no es sostenible, la huella que generamos, la biocapacidad es inferior a lo que consumimos,… Si analizamos tendencias, la población urbana se incrementará un 12% hasta 2050 (UN), lo que significa que uno de los soportes de la ciudad está desapareciendo. Ni que decir tiene las consecuencias del deterioro del medio ambiente que la ciudad genera y que también lo sustenta. La conclusión, nos importa muy poco cómo lo pasen nuestros hijos el día de mañana.
UN Habitat establece que los necesarios vínculos entre urbano y rural deben establecerse a través de “territorios funcionales” en los que los pueblos se vean beneficiados de esta interrelación por ser los que sustentan a las grandes urbes.
La solución pasaría por un metabolismo urbano circular, que disminuye recursos y residuos. Disminución de demanda energética y de otros recursos, generación distribuida en la que el actor principal, que es el ciudadano, pueda observar que el bien de consumo proviene de instalaciones impactantes, disminución de generación de residuos, incremento de la reutilización, configuración urbana sostenible y lo más autónoma posible, controlando los impactos ambientales de forma continua.
La acción pública se hace fundamental basado en el bien común. Frente a acciones públicas dirigidas al bien individual como la mencionada respecto al papel de la administración en la planificación urbana o actividades impactantes, se consuman buenas prácticas como los programas de rehabilitación energética de inmuebles que disminuye la factura, incrementa el poder adquisitivo de los ciudadanos, disminuye emisiones de gases contaminantes, mejora la calidad del aire, el confort y el bienestar de la colectividad.
Las ciudades dependen de los pueblos y el medio ambiente, por lo que a los urbanitas no nos debiera resultar ajeno el problema de la despoblación de las zonas rurales y el deterioro del medio ambiente, que necesitamos como el aire, aunque parece que nos importa poco si tenemos en cuenta que los niveles actuales de contaminación hacen que seamos los primeros seres humanos que respiramos 400 ppm de CO2 en cada inhalación y desconocemos sus consecuencias.
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