Sin participación no hay planificación

La planificación urbana se está tecnificando tanto que sólo personas formadas para ello pueden participar en el desarrollo de la ciudad, dejando fuera de la ecuación a la parte hacia quien va dirigida la acción, los ciudadanos.

Si a esto añadimos que los procedimientos de contratación pública hacen que sea el mejor postor el adjudicatario, independientemente del conocimiento del funcionamiento del espacio, genera unos documentos de planeamiento basados en estudios numéricos de despacho.

El efecto de esta desafortunada correlación de desatinos desemboca en un trabajo de alto coste para la ciudadanía e inútil aplicación, provocando ciudades de volúmenes en contra de ciudades de personas.

Desde mi punto de vista, el alma sólo existe en la ciudad. El alma entendida como la interacción de sus ciudadanos, potenciando su diversidad y haciendo las vías públicas verdaderos espacios de encuentros. Una ciudad sin alma no es más que bultos de ladrillos aislados, aunque sean de un premio Pritzker.

Además, la esencia del urbanismo es proteger a los habitantes de una ciudad de especulaciones económicas de sectores de dudosa honorabilidad, repartiendo los beneficios entre todos y las cargas económicas que genera sobre los que obtienen rentabilidad de la colectividad. No debemos olvidar que la edificabilidad no es propiedad del dueño de un suelo, es copropiedad de hasta el vecino con menos recursos económicos.

El urbanismo bien hecho enriquece económicamente y, también, mejora las condiciones de habitabilidad de sus moradores, pero mal redactado puede arruinar a sectores completos de la localidad. Cuando hablamos de habitabilidad hablamos también de salud, calidad de vida, relación social, desarrollo, prevención de problemas futuros,….

Al final, siempre volvemos a lo mismo, cuando establecemos la necesidad de consultar a los sectores afectados, se nos olvida el más importantes, sus ciudadanos. Y entre ellos debiéramos considerar de forma especial la participación de los grupos marginados y vulnerables, en particular, cuando se trata de roles basados en el género. La respuesta, seguramente, sea inmediata; “se trata de desarrollar buena planificación urbana” y siendo cierto, no lo es menos que se generan espacios que provocan peligros e inadecuaciones en sus diseños.

Los urbanistas debieran ser especialistas en interpretación de las necesidades de las personas, teniendo en cuenta los recursos naturales, además de conocer los mecanismos de equidistribución y diseño que eviten la segregación por niveles de renta y los efectos provocados por el cambio climático que ya tenemos encima. El coste de los daños del cambio climático se estima en un 11% del PIB. No es sólo una cuestión de protección del medio, se trata de evitar el empobrecimiento futuro.

Tener en cuenta el ciclo de vida de los materiales y sistemas, actuar para preservar los derechos humanos, planificar para la salud de sus ciudadanos, también es urbanismo. Conocer al opinión de los ciudadanos da una perspectiva mejor de la ciudad que la que representa espacialmente un plano.